miércoles

A veces las ganas de escribir ciegan mi creatividad y escribo cualquier cosa.

Cuando me pregunto a mi misma sobre qué escribir una entrada me siento tan común y tan corriente...
Al momento de subir al cole, de caminar a mi casa, de ver y de hundirme en esos ojos llenos de miel y dulzura, o de plantearme en dónde quiero estar dentro de diez años, o cinco, que me pregunten que va a ser de todo cuando nuestro tiempo sea otro más lejano, pero más instantáneo a la vez, es como si mis pensamientos me llevaran a lugares muy profundos, donde me debato internamente mi existencia y mi propósito en la vida... Capaz para terminar imaginándome en situaciones para las cuales me falta el coraje para experimentar, o para decirme a mi misma lo idiota que fui y lo que debí haber dicho, culpar a la edad, a las hormonas, a la menstruación, repartir mis arrepentimientos a otras razones con tal de no admitir que es momento de madurar. 
Es que al final de cuentas me doy cuenta de que mis problemas son tan superficiales. No estoy pensando en las minas que siguen enterradas en Afganistán o Irák, (son brillantes y los niños pueden confundirlas con juguetes), menos aún en las mujeres de Somalía, (que sufren abusos por cultura), o en Lalo, siquiera, (está teniendo dificultades de salud). 
Perdón. Cuando sea periodista de investigaciones, prometo compensarlas todas, pero por ahora, dejenme pensar en lo que quiero de mi misma, quejarme del colegio, distraerme con las ventanas, ruborizarme por un mimo. 

Está cansada y se quiere morir