martes

divagar cosas lindas

Tenía el arte de huirle a esas situaciones
que tienden a hacernos replantear cosas
que no sabemos siquiera explicar.
Era algo natural de la personalidad,
como el reflejo del calor extremo al cuerpo,
(eso que te despierta cuando estás de espaldas al fuego, y la noche es muy fría y el fogón te la re safa, y de repente te rescatas).

Es que nunca nadie iba a entender esos pensamientos raros, 
de esos que existen dentro de todos 
pero que algunos simplemente ignoran. 
Como a veces ignoraban también
la oportunidad de regalar una sonrisa 
a alguien que tenía ganas de sonreír... 
Esa debilidad que tenemos con las sonrisas, 
tenemos el arte de contagiarlas 
y tantas veces no lo hacemos. 
Hasta que alguien nos la contagia a nosotros. 

Y esos pensamientos raros son tan hermosos, 
que sería lindo poder compartirlos, 
pero es imposible, no dejan apresarse en palabras, 
no se dejan ser explicados. No se dejan limitar.
 Son la felicidad haciendo del presente algo eterno. 
Parar el mundo y vivir en paz en él de repente. 
Como los brillitos que se escapan de los ojos 
cuando el corazón se rebalsa de luz, 
una emoción de la que se habla en silencio
y con una sonrisa transparente y casual. 
Cuando dejas de existir y sos todo lo que te rodea.

Sos lo que viviste cuando entendiste que
hoy sos feliz gracias a todo eso, y que esa gratitud 
es la armonía entre el pasado y el presente. 
Sos todo eso que viviste hasta que pudiste comprender 
que vale la pena jugársela por lo que uno siente, 
perseguir un sueño, arriesgarse porque es mejor hacerlo antes que no, 
porque te diste cuenta de que la vida se trata de trascender los límites, 
romper con las estructuras. Crear. Desde la nada del momento en que naciste 
sin siquiera tener nombre hasta hoy, que en realidad el nombre es una convención social 
y en realidad podrías llamarte como quisieras.

Como yo que algún día voy a llamarme Nicolasa. 
divago, pero es una onda así. 

jueves

El mambo de los roles: alumnos y algún día maestros.

Se desvaneció un pensamiento, dañino, que afectaba los órganos de mi integridad. Una culpa devastadora, eso que la iglesia nos inculca por haber nacido bajo un pecado que jamás podríamos haber cometido, ni elegir cometer.

Esos sentimientos que me herían dentro mío no eran consecuencia de mis actos,  no había un acto que yo hubiese realizado, no habían responsabilidades que yo pudiera asumir, porque nunca existió una decisión mía ni un deseo que yo hubiese manifestado.

Y sé que mi vida es mi elección, pero hay decisiones que solamente podemos tomar a partir de lo que generan las decisiones de otros. Y si otros eligen mal, yo elegiré bien y saldré adelante, pero mis sacrificios ya no son una necesidad. Sé cuál fue la espada y quién la pared, cómo terminé en este callejón del cual sola haré una salida.

Pero nunca más nadie va a abusarse de mi fortaleza. Nunca más nadie va a excusar sus fallas con mi capacidad de enmendarlas.

Hoy es mi responsabilidad con el equilibrio del karma y del dharma hacer responsable a los que se hacen los pelotudos. Y fue mi culpa, sí, por hacerme cargo de sus negligencias, y es mi culpa, sí, por asumir responsabilidades que no me correspondían.

Alguien nos necesitaba acá para poder aprender a ser con nosotros, venimos a mejorarnos también mejorando a otros. No es soberbia, no es imposición sobre el aprendizaje de nadie, es un rol que vinimos a desempeñar. Venimos al mundo humildes para aprender, para algún día con humildad saber enseñar. 

Llega ése momento. No es mi pecado el haber nacido, ya tengo una vida negligencias que remediar. Y sería egoísta de mi parte si no le diera la oporturtunidad de remediar sus negligencias como maestros a mis alumnos, por vergüenza o miedo a hablar.

No sería justo, para nadie, que por miedo a no saber hablar, alguien no aprendiera nunca, que alguien jamás supiera el daño que causó, sin permitir que exista la posibilidad de reparar ese daño. ¿Qué culpa tendría algún otro de ser un ignorante si otro uno, lleno de miedos y ahora encima de rencores, jamás se atrevió a liberarse para hablar?

Porque nos enseñan a vivir, pero nosotros les enseñamos a enseñar a vivir. Los hijos le enseñan a los padres a ser padres. Y no hay vergüenza en admitir que todos nos equivocamos... no hay vergüenza si hay humildad.

Con humildad podemos aprender, podemos enseñar. Podemos hablar, podemos llorar. Podemos amar sanamente.

Está cansada y se quiere morir