Poco a poco mis gritos se hicieron mudos, hasta el punto de
desquiciarse, dañando mi integridad y mis cuerdas vocales, el sentido de mis palabras no era más que
silencio en su reemplazo.
Me dolía la garganta, pero aún más la cabeza.
Tengo que pensar con claridad, o seguir afónica e incapaz.