sábado

Estoy maldita de mí misma.

El insomnio es mi infierno; el vacío y el desastre en los cuales mis demonios se debaten para cobrarse en mí el sueño y mi consuelo; me llevan en la inestabilidad de mi calma hasta dejarme en los precipicios donde se termina mi cordura. 
Y arde la paz entre su autodestrucción y el sabotaje. 
Pero las noches son cortas y cuando a la consciencia que me gobierna no le alcanza con las pesadillas que desvelan mi universo, entonces invade mis días y es un eclipse que inhibe mi capacidad para discernir entre el surrealismo de mi subjetividad, opacando lo real con irrealidad y distorsionar mis mundos para que me aturda viendo la desdicha, la desgracia: una pena irracional. 
La ambivalencia de mis miedos acecha a mi coraje, entonces se esconde en los bordes de la monotonía para que en un arranque de adrenalina grite en mi sangre y me arranque de la cobardía, me arranque de mi infierno, me arranque de mi piel, porque mis dolencias se arraigaron en la superficie de mí misma tales sanguijuelas que ahora se acoplan unas a otras como aislantes  que me alejan del mundo para sumirme en el vicio del solipsismo, mi guerra interna; como una armadura pero realmente una prisión.
Así que me hallo prisionera de mí misma y los mambos en los cuales yo elijo encerrarme, y siempre lo dije: ésta es mi maldición.
Pero poco a poco iré oxidando mis armaduras, estoy aprendiendo a llorar para mí misma... Estoy cansada de estar siempre a la defensiva.

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Está cansada y se quiere morir