El frío ardía en la piel.
Los viejos recuerdos que se habían grabado en el tacto, las caricias, los abrazos, los golpes, todo estaba congelado en su lugar y en su momento.
Las manos se sentían adormecidas, el hielo siempre había sido una buena manera de anestesiar el dolor, pero no las penas.
Nos mata el orgullo y el frío, tan distante, en los ojos, las palabras cortan como estalagmitas, se desprenden de nuestras bocas y caen en nuestras orejas, rompiéndose en miles de pedazos dentro de nuestras cabezas.
Y ahora, sobre esta capa de escarcha que recorre mi cuerpo se pegan palabras de despedida, sobre mis labios, en mis oídos. Perdones y arrepentimientos que se condensaban en mi aliento. Lágrimas que se congelaban para pegar pestañas. Vanos intentos en separar los párpados... Nos damos por vencidos y cerramos los ojos.
El cuerpo ya no tiene mecanismos de defensa, está cansado de tiritar.
Nuestros pensamientos se refugian en playas paradisíacas y calefactores. Soñamos con soles, y cielos sin nubes. Susurros, palabras que descongelan glaciares; mimos, movimientos que te hierven la sangre.
Una última caricia que se siente áspera y crujiente. Ya es muy tarde para cortar con toda esta frialdad.
Copos de nieve y esperanzas que caen al piso. Se hacen parte en una multitud para perderse, y nunca más reencontrarse.
(publicado en 23/05/2012)
(publicado en 23/05/2012)
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