viernes

El día de los cuarenta y tres atardeceres.

Se siente como un eco de silencios, donde mudos los dolores se susurran filosos, tajantes y resuenan los golpes en los sentimientos más heridos que por un precipicio cayeron sin tener nada de lo cual agarrarse; que gritaron sin que nadie los escuche, como todas las causas que de repente fueron vanas para alimentar la desgana y resignarse a ser inútiles intentos antes de darse por vencidas y unirse en un acto suicida.
Como cuando la melancolía hace ajenos los horizontes y por la nostalgia no hay soles de esperanza ni siquiera en los atardeceres internos que además son lejanos incluso en lo profundo al buscarlos entre desérticos recuerdos donde alguna vez hubo paz en el alma.

Estar solo en medio de una muchedumbre es estar rodeado de viejos conocidos y usar la máscara de un estereotipo; es escribir poemas suicidas en anonimato y tener un llanto en secreto sin poderle confiar ni una lágrima a un pañuelo, ni un abrazo a un consuelo, porque quien no entiende juzga; ahí la incomprensión que hace a la soledad de aquel que por complejo es único en la especie, y serán locos y serán raros, y sin embargo estarán tan solos.

 Y es que somos tantos... y estamos tan solos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Está cansada y se quiere morir